El Rocío a 2.000 kilómetros de Almonte






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Every spring, the Andalusian community of Vilvoorde organises its own Rocío pilgrimage, more than 2,000 kilometres away from Almonte.

When I first arrived in Belgium a few years ago, I was surprised to discover that in Vilvoorde, on the outskirts of Brussels, lived a community originally from Peñarroya-Pueblonuevo, a mining town in northern Córdoba where part of my family comes from.

During the 1960s and 1970s, entire generations left Peñarroya and other parts of Andalusia for Belgium in search of work. Far from home, these communities preserved not only their family ties but also their customs, religious expressions, and collective celebrations.

Far from the sun and heat of Doñana, Vilvoorde’s Rocío brings together dozens of devotees, curious onlookers and nostalgic hearts in a celebration that transplants the colours, sounds, and rituals of Andalusia to the heart of Europe.

The event, held for decades, is more than just a festivity. It is a cultural affirmation, a meeting point for Andalusian migrants and their descendants, and a testament to how traditions can adapt to new landscapes without losing their essence, even if that sometimes means celebrating under an umbrella.






Cada primavera, la comunidad andaluza de Vilvoorde organiza el Rocío a más de 2.000 km de Almonte.

Cuando llegué a Bélgica hace algunos años, me sorprendió descubrir que en Vilvoorde, a las afueras de Bruselas, vivía una comunidad originaria de Peñarroya-Pueblonuevo, un pueblo minero del norte de Córdoba del que proviene parte de mi familia.

Durante las décadas de 1960 y 1970, generaciones enteras partieron desde Peñarroya y otras zonas de Andalucía rumbo a Bélgica en busca de trabajo. Lejos de casa, estas comunidades no solo conservaron sus lazos familiares, sino también sus costumbres, expresiones religiosas religiosidad y celebraciones.

Lejos del sol y el calor de Doñana, la fiesta rociera de Vilvoorde reúne a decenas de devotos, curiosos y nostálgicos en una celebración que trasplanta los colores, los códigos y los sonidos de Andalucía al corazón de Europa.

El evento, que se celebra desde hace décadas, es mucho más que una fiesta: es una afirmación cultural, un punto de encuentro para los andaluces emigrados y sus descendientes, y una muestra de cómo las tradiciones pueden adaptarse a nuevos paisajes sin perder su esencia. Aunque a veces toque celebrarlas con paraguas.

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